Gabriela Olmos, en El sueño de los dioses y otros cuentos huicholes, plasma la conexión entre el mundo y la persona. Si bien Todorov menciona que es imperativo hablar de comunicación al momento en el que el diálogo deja de ser simétrico, en la obra de Gabriela Olmos los mensajes pueden ser ambiguos y asimétricos, pues el mundo se comunica, pero no de una manera directa: su lenguaje es la naturaleza.
Por Angeles Montañez
Ciudad de México, 14 de junio (SinEmbargo).- El origen del mundo es una incógnita. Y preguntarnos acerca del inicio de la vida es una búsqueda constante de la identidad: entender el entorno, y su historia, para aprender sobre uno mismo. Estamos acostumbrados a intimar con el “yo” gracias a las relaciones y la comunicación que establecemos con el otro, pero ¿qué hay de reconocernos por medio del mundo natural, aquello que estuvo aquí antes que nosotros?
Gabriela Olmos, en El sueño de los dioses y otros cuentos huicholes, plasma la conexión entre el mundo y la persona. Si bien Todorov menciona que es imperativo hablar de comunicación al momento en el que el diálogo deja de ser simétrico, en la obra de Gabriela Olmos los mensajes pueden ser ambiguos y asimétricos, pues el mundo se comunica, pero no de una manera directa: su lenguaje es la naturaleza.
En este libro, observamos que cada uno de los cuentos habla sobre la interpretación de los sueños, aquellos que tienen una inmediata relación con los presagios, el tiempo y el mundo. Como bien sabemos los relatos así materializan la memoria social para mantener una identidad, conservar lo que se considera sabiduría ancestral. Además, esta obra se acompaña del arte huichol, el cual surge de la visión extrasensorial de estos pueblos y de su técnica minuciosa y mística a través de la observación y el ritual.
“El sueño de los dioses”, primer cuento, expone los principales símbolos y elementos sagrados de una cultura compuesta de tradiciones místicas. La comunicación de los dioses con el mundo surge a partir de los sueños del más joven de ellos, Kauyumari —Olmos destaca la infancia como una etapa donde la intuición es una guía natural que olvidamos al crecer. Los dioses, persiguiendo los sueños del joven, comienzan un viaje introspectivo, pues surge un desmembramiento que los ayuda a comprender su naturaleza divina y lo que los diferencia del otro, por ejemplo, de los gigantes que “[…] habían querido sacarse el corazón y se retorcía del dolor, porque aquél era sólo privilegio de Takutsi”.
En el cuento de “Kauyumari, el cazador”, se retoma la metamorfosis de una venada que complementa a Kauyumari. Él la persigue con la flecha que representa lo masculino; tras esta acción, se entiende el proceso del cazador para alcanzar la madurez de su entendimiento. Olmos menciona que “[…] Kauyumari tuvo que descubrir a la venada para aprender que la vida a veces tiene cierto sabor incompleto dolor”.
En la mitología huichol, Kauyumari es conocido como el venado azul, este animal tiene una sacralidad que se retoma en el último cuento de esta obra: “El don de ver”, donde el personaje principal, José, también se va guiando a su destino a través de los sueños; tiene la responsabilidad de crecer a partir de lo que le aconseja su abuelo: “[…] ir en busca de ese venado”. José, al igual que Kauyumari, trata de cazar al venado. Sin embargo, antes de lograr el cometido, ambos personajes adoptan la figura del espíritu del animal. Esta metamorfosis se plasma como la transición a la adultez ya que, según los huicholes, simboliza, junto al maíz y el peyote, el inicio de lo sagrado y la base de toda su tradición.
Gabriela Olmos logra una cercanía con el lector donde la conexión inmediata con el arte que acompaña al texto provoca una sensación de sacralidad que a la vez destaca sus rituales, sus dioses, el maíz, los ancestros, los valores y sentimientos propios de los huicholes. De esta forma se engloba en la lectura una experiencia mística donde las imágenes aparentan texturas tangibles o sensaciones y aromas que se desprenden de las páginas.
