Ciudad de México, 13 de abril (SinEmbargo).– Los refugios subterráneos son uno de los principales recursos utilizados por la humanidad para protegerse y ocultarse de amenazas. Lo mismo aplica para los bienes más preciados de las personas. ¿Cuántas veces no hemos leído una historia sobre un «tesoro enterrado», que fue puesto ahí precisamente para que nadie –a excepción de quien lo enterró– pueda sacarlo de nuevo?
Una cosa es cierta: las personas tienden a ocultar los objetos que más aprecian, al grado de enterrarlos para dejarlos fuera del alcance de otros sujetos. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el «tesoro» en cuestión no son joyas ni reliquias o algún objeto similar? ¿Dónde guardarlo?
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), «el aumento irrestricto de las emisiones de gases está subiendo la temperatura del planeta. Las consecuencias incluyen el derretimiento de glaciares, el aumento de las precipitaciones y de la frecuencia de eventos meteorológicos extremos, y modificaciones en las estaciones del clima». Pero, ¿qué tiene que ver esto con tesoros? Simple: el ritmo acelerado de cambio climático, junto con el aumento de la población y de los ingresos a nivel mundial, amenaza la seguridad alimentaria en todas partes.
«La agricultura es extremadamente vulnerable al cambio climático. El aumento de las temperaturas termina por reducir la producción de los cultivos deseados, a la vez que provoca la proliferación de malas hierbas y pestes», dice la FAO en su informe de política alimentaria en el que el tema central es el cambio climático y su impacto.
Por lo tanto, podemos incluir a los alimentos dentro de la clasificación de cosas preciadas, incluso más de lo que ya lo era en siglos pasados. ¿Qué hacer entonces? ¿Enterrar comida y otros artículos?
No precisamente.
En la isla de Svalbard, uno de los lugares más remotos de la Tierra –en su mayoría cubierta de hielo y a cientos de kilómetros de la parte continental tanto de Noruega como de Groenlandia, una puerta conduce a la ladera de una montaña helada. En el interior, más allá de un largo pasillo y a través de una cámara congelada, con una temperatura menor -18 grados Celsius, se encuentra una sala que no contiene otra cosa más que filas y filas de contenedores con una capacidad para almacenar alrededor de 2 mil 250 millones de semillas.
Se trata del Banco Mundial de Semillas de Svalbard (también conocido como Bóveda Global de Semillas), situado cerca de Longyearbyen, en el archipiélago noruego de Svalbard, que se encarga de resguardar una enorme despensa subterránea de semillas de miles de plantas de cultivo de todo el mundo.
¿Por qué es preservar el mundo tantas semillas? la organización internacional Crop Trust da no menos de seis razones, muchas de las cuales son fundamentalmente ambientales. No obstante, gran parte de ellas se reduce a esto: cuando las condiciones cambian, hay que ser capaces de obtener nuevas variedades de plantas para crear variedades de cultivos que puedan, por ejemplo, prosperar en un mundo más cálido o seco o húmedo. Pase lo que pase, hay que estar listo para cualquier escenario posible, publicó The Washington Post.
Sin embargo no se trata de amontonar por amontonar. Para que esta bóveda sea una solución verdadera es necesario, como una línea de base, el acceso a la mayor diversidad genética posible para que los científicos puedan comenzar a criar nuevas plantas de inmediato si alguna vez llega la humanidad se ve en la necesidad de recurrir a los servicios de este inmenso archivo de semillas.
Los depósitos de semillas no son algo nuevo. Han sido una pieza vital dentro la historia humana. Desde los albores de la agricultura, las plantas que cultivamos han ido evolucionando, empujándolas para que desarrollen nuevos rasgos a través de la cría. Así, bóvedas de semillas y repositorios también preservan una larga historia de interacciones pasadas entre humanos y plantas que han orillado a los genomas de estas últimas a cambiar en la forma en que hemos deseado.
El escenario más optimista es aquel en el nunca se necesiten estas semillas ocultas en el ártico. Pero como se ha visto a lo largo de la historia de la humanidad, los periodos aparentemente estables pueden cambiar de un momento a otro. Por otra parte, estos tiempos y los problemas presentes no auguran demasiadas cosas buenas si se ve el panorama con pesimismo y, aunque aún es lejana la posibilidad de una catástrofe irreversible, no está de más tener un plan de emergencia ya listo.