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Tomás Calvillo Unna

11/08/2021 - 12:05 am

La mágica voluntad de creer

Nada importa, nada pasa; nada se resiste.

Los dioses se mudan; sus huellas. Pintura Tomás Calvillo Unna

Los pasos cortos y las zancadas,
quedar inmóviles al fin,
como en los juegos de la infancia:
encantados, detenidos,
sólo respiro.
Nada hay que hacer,
más que estar quietos,
de eso se trata.

El eco toma su lugar
al igual que las sombras.
Los murmullos desplazan
cualquier conversación.
El viento levanta las hojas
las lleva de un lugar a otro
una y otra vez;
el paréntesis se dilata
y ocupa el horizonte:
el segundero se detiene.

Nada importa, nada pasa;
nada se resiste.
Los tonos son uno,
visuales y auditivos; no se distinguen;
los pensamientos se diluyen
no logran ascender,
se repliegan, desaparecen;
lo que se oye no se descifra,
ni ruido siquiera alcanza .

Este no estar
es un ejercicio;
para lograr
su culminación,
se requiere de olvido.

La plenitud asiste
sin llamar la atención;
ocupa su lugar,
se expande:
la renunciación es su llave.

Este no estar
es un parpadeo;
suficiente para retornar
el asombro,
y dejar así sin más,
el paso y peso de las cosas
y por instantes,
sin involucramiento alguno,
sin movimiento, sin importar
lo inconcluso que andemos.

Fijos entre los vestigios heredados,
huellas de una unidad primigenia
convertida en especulación
y demás historias.

Desnudos metafísicamente,
acompañados en nuestras soledades.
asistir al encantamiento
descubierto en un juego de la infancia;
como una memoria genética cultural;
como un gesto adulto
por recuperar
ese aliento primario
que los números y los alfabetos
han pretendido registrar.

Sentir la mágica voluntad
de creer, esa decisión innata
que afirma y subraya
nuestra condición:
incorporados previamente,
somos los testigos
de nuestros propios actos
y del acontecer.

Sin reparo alguno,
el abanico de posibilidades
se despliega:
¿Por qué esto?¿Por qué aquello?
No hay preguntas ni respuestas;
el escenario desaparece,
nosotros desaparecemos.

Ya estuvimos aquí
y todavía no hemos llegado.
Sabernos el interludio,
lo encarnamos;
olvidando
cómo habitar el mundo.

en Sinembargo al Aire

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