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Antonio María Calera-Grobet

09/04/2015 - 12:02 am

La Gran Comilona: invitación al respetable

No importa que haya quienes piensen lo contrario (la condescendencia y el tributo nunca han sido un deporte nacional), los cocineros son, mínimamente, creadores. Si no es que artistas, por todo lo alto. Y ganado a pulso.  Expresan con sus platos un mensaje más o menos codificado, ese mensaje crea un estado de ánimo en […]

No importa que haya quienes piensen lo contrario (la condescendencia y el tributo nunca han sido un deporte nacional), los cocineros son, mínimamente, creadores. Si no es que artistas, por todo lo alto. Y ganado a pulso.  Expresan con sus platos un mensaje más o menos codificado, ese mensaje crea un estado de ánimo en su actualizador, un goce estético propiamente dicho (¿una dicha?), y tal estado de gracia es una magnitud ostensible, nítidamente definida y, todos lo sabemos, lo hemos vivido, ciertamente anhelada. Por ello es que buscamos una taquería y no otra, un puesto de mercado y no otro, un restaurante tal vez abierto en domingo, a una hora de camino, habiendo tantos otros abiertos a la redonda.

Comunicar, pues, y hacerlo cada vez a un mayor número de comensales su arte (seguidores, fieles amantes y hasta  fanáticos), es el trabajo gozoso, es decir el deseo, el estilo de vida elegido por un creador dado. Su reto. Ahora bien, ¿cómo asimilar, comprender a un grupo de cocineros, una cocina en la que confluye el mensaje de varios creadores gastronómicos, artistas de lo magno culinario? ¿Y cómo hacerlo si este grupo de cocineros es un grupo de adoradores de la cocina en ciernes, cocineros amateurs, aficionados prácticos, adictos severamente a la experimentación y degustación de platillos como forma de poesía, entregados a reunirse con los suyos y crear de esa manera un territorio de libertad absoluta para levantar el relato colectivo? ¿No haría las veces esa reunión de museo vivo, surtidor de arte, ejercicio insuperable para la degustación no de comida sino del otro y sus maneras, de su forma de ver la vida, un lugar, si se quiere ver así, para cometer la mejor antropofagia, engullir el l alma colectiva?

Yo creo que sí. Y esa es la motivación de la Gran Comilona. Crear una tarde entre pares, majestuosa. Un día en que fueran apareciendo las mesas sobre la acera, se decoraran con manteles de colores y arreglos de flores, se dispusieran los platos y los cubiertos para recibir a quien quisiera arrejuntarse a la fiesta. Un día libre de transas y ojetes (sean políticos o curitas, u otros líderes de pacotilla, en fin, toda la gentuza de quinta), sólo pues hecha por gente entera, esa que procura hacer el bien sin mirar a quién, o por lo menos no va por aplastar al otro, dispararle a lo que se mueva, metafóricamente, en la sien: sólo para  gente neta. Quiero decir esa gente que cuando se topa con algo que está bien no osa en hacerle hoyos, atentar contra ello, mordisquearlo por sus complejos, sus limitaciones, sus envidias, sus odios.

Un día en que cada familia o grupo de amigos saque un plato de la historia familiar y lo ofrezca a los demás, lo que a ellos les gustaba más cuando niños (y les hacían su papá o su mamá, el abuelo o la abuela, quien fuera que les cocinara años atrás), una sopa o un guisado, un antojito o un tentempié para la hora de la comida o tal vez antes, quizá después. Que ese día nos platicáramos las historias en torno a las recetas en nuestra progenie o ascendencia (porque todas ellas tienen su chiste, sus mañas, sus rollos, sus meollos), tal como si fuéramos amigos de toda la vida, ahí en una plaza pública,  con una concurrencia determinada, por el hecho de cocinar, para invitar al otro (al jardinero, al herrero, al abarrotero, al cartero, al limosnero, al lechero, al barrendero), por primera vez a platicar.

Ese día, una día en que ya postrados ante la felicidad concreta de la abundancia (ese cuerno verdadero, concreto de la plenitud, esculpido por nosotros, sólo por estar juntos y sabernos parte de un todo, los ciudadanos comunes y corrientes, de a pie, aquellos de la famosa prole, los naturales), todos los hijos, pues, de cara a tal eje del espíritu que es la esperanza, sucumbamos al relato más abierto, a hablar de lo que sentimos sin nada al lado que nos inquiete, de nosotros mismos, de la vida y la muerte, y sobre todo de lo que hay entre, entre caldos humeantes, guisados ingentes, entre pescados, cerdos y reses. Tragar, pues, hasta reventar, llenos de aguas y jarras de vino para libar hasta reventar, con toda la calma del mundo, sin parar, sin vergüenza por el qué dirán.

Ese día, un día en que usted y yo, querido lector, nos conozcamos frente a una taza de café y nos demos la mano (y entre gitanos gracias a dios no nos la leamos), sirvamos nuestras comida y comamos la que nos sirven los de enfrente, un día para darle duro a las carnes al carbón, levantemos al cielo el humo de los anafres, cerremos el paso de las calles puros peatones (nada de autos, méndigos cafres), un día en que ahítos de nosotros, sitiados libremente en la epidermis del relajo, comamos y bebamos y no filosofemos, comamos con todo ya que sabemos que algún día moriremos; un día pues, que mandemos todo a la tiznada, mandemos todo al carajo, y cocinemos por horas con los amigos, a destajo, abramos el corazón, sin fachadas, nuestros prójimos, a nosotros mismos, y comamos y bailemos, y brindemos, hasta bien entrada la madrugada. ¿Podremos?

Amigos de esta columna, “Sobas Completas”. Los invito a comer. A comernos entre todos. A comer lo que pensamos, sentimos y soñamos, en la plaza pública, de manera gratuita, crear una experiencia única. ¿Vienen?

*La Gran Comilona, una acción colectiva, se llevará a cabo el domingo 19 de abril, de las 2 a las 6 de la tarde en la Plaza de San Jerónimo, una de las más bellas del Centro Histórico de la capital mexicana. La entrada es absolutamente gratuita. Los requisitos para participar son: llevar comida y bebida (lo mismo platos, vasos y cubiertos), para compartirla gratuitamente con otros comensales sentados en la mesa, o bien en las jardineras de la plaza. Compartir los alimentos, no desperdiciar alimentos, y pasar una tarde pletórica entre amigos, disfrutar del entorno. El respeto, la seguridad y la limpieza, serán cosa que hagamos entre todos. 

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.
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