Jorge Alberto Gudiño Hernández
04/03/2017 - 12:00 am
Fuera de contexto
¿Por qué nos interesan los personajes fuera de su contexto?
La culpa la tienen los superhéroes (o casi). En 1996 se publicó una serie limitada de cómics en la que se enfrentaban los héroes de DC y Marvel, las dos más importantes compañías de cómics a nivel mundial. Su nombre no tenía mucho de original (DC vs. Marvel / Marvel vs. DC Comics). Al margen de su planteamiento original, del número de batallas entre uno y otro bando e, incluso, de los resultados, lo cierto es que la idea era por demás atractiva: ¿qué pasaría si un personaje saliera de su universo para enfrentarse con enemigos de otro mundo? Si bien en el campo de los superhéroes esto resulta relativamente sencillo, lo cierto es que también podría extrapolarse a otros ámbitos.
La pregunta suena válida, ya sea se le considere como parte de un mero entretenimiento, ya porque se quiera teorizar alrededor de ella: ¿por qué resultan tan atractivos los personajes fuera de contexto? Esto asumiendo, claro está, que en verdad resulten llamativos sus nuevos relatos. Se me ocurre que varios puristas podrían estar en contra y con razón. Reflexionemos, pues, a partir de la óptica de los entusiastas de estas nuevas posibilidades.
Un primer paso tendría que ocuparse de “la salida de contexto”. Hay varias formas de entenderlo. La primera es la más simple: un personaje es exhibido fuera de su propio relato. Así pues, se le obliga a enfrentarse a situaciones para las que no estaba diseñado o se le pone a dar vueltas en un mundo que conoce pero para el cual no tiene respuestas. Éstas tendrán que llegar poco a poco. Los ejemplos abundan, sobre todo, en universos ficcionales más extensos que la literatura. En la televisión, por ejemplo, conforme avanzan las series, es común ver a investigadores inmutables haciendo vida familiar o a doctores que nunca se han quitado la bata en medio de una fiesta donde todo es alegría. Es algo similar a lo que sucede cuando nos encontramos con una persona conocida en un ambiente alejado de nuestras reuniones previas. Algo suena falso. Y no porque la persona lo sea ni porque el personaje no tenga una vida más allá del rol que juega, sino porque, como espectadores, nos tardamos en actualizar el rango de acciones de dichas entidades figurales.
La segunda es mandar al personaje a un contexto alterno; tal como sucede con los superhéroes. En ese sentido podría no resultar tan atractivo porque este tipo de personajes suelen enfrentarse a universos que van más allá de su comprensión. Sin embargo, también puede limitarse este cambio de ambientación llevando, por ejemplo, a un astronauta a la corte del rey Arturo, por mencionar un ejemplo conocido aunque bastante pobre. Son muchas las obras de ficción que han concentrado sus esfuerzos en este tipo de cambios contextuales. Casi todos con poco éxito. A veces, la traslación de escenarios obedece a simples necesidades de producción (como el Hamlet de Branagh o Los miserables de Claude Lelouch cuyas puestas en escena implicaron sólo ajustes en la temporalidad de las obras sin menoscabo para la historia contada). Sin embargo, cuando se lleva a cabo el desplazamiento con fines narrativos, éstos suelen quedarse al nivel de meros experimentos. Así, es común que lleguen al campo de la comedia, del chiste fácil y que, conforme el personaje se adapta al contexto ajeno, vaya perdiendo profundidad discursiva. De ahí que no pueda ser considerado un éxito más allá del entretenimiento que produce.
En este ámbito también tienen cabida las reuniones imposibles. Tal es el caso de “La liga de los hombres extraordinarios” e, incluso, las más recientes entregas de “The Avengers”. Son evidentes las razones por las que estos encuentros llaman la atención. Tener a diferentes personajes, pertenecientes a diversos relatos, trabajando por un fin común suena a un escenario mucho mejor que el que les dio vida. El experimento adolece, empero, de algunos elementos que se salen de control. El primero es la batalla por el rol protagónico. Algo que un buen guionista bien podría resolver. El segundo reto está relacionado: ¿cómo hacer convivir a personajes tan disímiles? ¿Cómo ponerlos de acuerdo si bien podrían tener todos la razón dentro de sus propios parámetros? De nuevo, la trama será la encargada de resolverlo. El tercer elemento es un problema que se puede volver irresoluble: ¿cómo justificar la presencia de personajes menores en una reunión de verdaderos héroes? El ejemplo es claro: ¿qué tienen que hacer Black Widow y Hawk’s Eye en una batalla que también pelea Thor (un dios nórdico) y Hulk (cuya fuerza supera cualquier otra cosa)? La respuesta, en estos casos, ya no está en la historia sino en la mercadotecnia. Así pues, hay que resignarse a la ampliación diegética aun cuando no todo cuadre a la perfección: hay reglas que se rompen sin molestar a los lectores.
La tercera razón obedece a cuestiones más personales. A los lectores les puede resultar atractivo fantasear con las posibilidades de sus personajes predilectos aunque, en algunos casos, trastoquen la naturaleza de los mismos. ¿Qué pasaría si Sherlock Holmes tuviera que enfrentarse a los narcotraficantes que asuelan nuestro mundo? Lo más probable es que fracasase. Pero no sólo porque el sistema está corrompido y sus habilidades no alcanzan para sanear a toda una sociedad sino porque se le está cambiando a un plano de realidad en donde podrían, incluso, no funcionar sus deducciones. No es lo mismo conocer el horario de los trenes y el color de la tierra de las diferentes comarcas inglesas a dominar todos los datos de transportación de nuestra ciudad. La más reciente serie inglesa, ha demostrado que se le puede traer a la actualidad sin ningún problema (aunque no a México, por desgracia).
Supongamos, entonces, que esos tres cambios contextuales abarcan a muchos más. La pregunta vuelve a resultar pertinente: ¿por qué nos interesan los personajes fuera de su contexto?
La respuesta de todo lector entusiasta se relacionaría con la posibilidad de dar nueva vida a sus personajes favoritos. Sacarlos de su novela original, de su serie televisiva o de su película, permite continuar con sus historias. Es claro que esta postura tiene detractores pero eso no importa a la hora de dejarnos seducir por un personaje redivivo. No será lo más ortodoxo pero bien vale la pena el esfuerzo a pesar de que suena a una motivación un tanto egoísta. Tan es así, que muchos preferimos que los personajes se queden en sus mundos, que su vida discurra a lo largo de un número limitado de páginas.
¿Entonces?
Entonces hay otras razones. Los personajes son seres incompletos (esto también podría aplicarse a las personas pero no nos estamos ocupando de ellas). Están diseñados para que cumplan determinada función dentro de la historia. Obedecen a limitaciones muy claras y su existencia depende de una conciencia creadora. Así, los autores los visten con los atributos y defectos necesarios para que se enfrenten a ciertos avatares dentro de la trama. Por esa razón, suelen ser disfuncionales cuando se les suelta en medio de otras situaciones. Es necesario considerar que, a fin de cuentas, el diseño de los personajes no es un listado de atributos que llegan de golpe sino la consecuencia de la interacción con el universo en el que actúa. Así, los personajes se modelan a partir de sus acciones, de sus interacciones y sus propias circunstancias. Aunque muchos podrían defender que basta con lo ya escrito para inferir de qué manera actuará en otras circunstancias, lo cierto es que no es posible. Ni siquiera con personajes demasiado simples. De nuevo, cada tanto nos sorprendemos cuando nos enteramos que determinada persona hizo algo que no nos parece compatible con su personalidad dado que sólo conocíamos ciertas facetas de esa persona. Con los personajes creados esta incompletitud se acentúa. Pese a lo anterior, esto puede significar una ganancia debido a que, ahora, en el nuevo contexto, deben superar sus desventajas añadidas. Y eso, en alguna medida, los completará. En otras palabras, se volverán personajes más complejos, si es que el ejercicio funciona.
Es más común encontrarse con héroes fuera de su contexto que con personajes mediocres y timoratos. Esto tal vez se deba a que, una vez fuera de su mundo original, es posible enfrentarlos con enemigos que no tendrían cabida en el mismo. Muchas series de televisión de nuestros días aprovechan sus posibilidades generando spin offs o prestando personajes a otras series compatibles. Lo común es que esto suceda cuando el enemigo a vencer es demasiado poderoso y se requiere la intervención de otro personaje, ya sea médico, investigador privado o experto en comportamiento criminal.
Se pueden seguir acumulando razones. Lo cierto es que resulta atractivo encontrarse a personajes fuera de contexto. Me da la impresión, no obstante, que este ejercicio que podría tener repercusiones en un nivel casi ontológico, funciona mejor cuando son personajes comunes, de ésos que no generan una empatía emocional exagerada con el espectador. Este ejercicio interdiegético bien puede ser visto como una contravención a las intenciones autorales. Sobre todo, en el caso de los personajes que han trascendido su propio relato. Más allá de eso, queda como un mero entretenimiento. Poderoso, es verdad, pero limitado por la propia distorsión que deberá sufrir el personaje en turno. Algo que no cualquiera está dispuesto a aceptar.
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Aprovecho este espacio para invitarlos a la presentación de mi más reciente novela: Tus dos muertos. Tendrá lugar mañana domingo 5 de marzo, a las 14 horas en la Galería de Rectores dentro de la Feria de Minería. Esta presentación, además, forma parte de las Terceras Jornadas de Novela Negra de la misma feria. Me acompañarán Liliana Blum y Gastón García Marinozzi.
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