Trump y la comunicación política

El precandidato presidencial republicano Donald Trump sostiene un cartel que dice "Hispanos con Trump" y que cargaba un espectador durante un mitin el Supermartes. Foto: AP

El precandidato presidencial republicano Donald Trump sostiene un cartel que dice “Hispanos con Trump” y que cargaba un espectador durante un mitin el Supermartes. Foto: AP

Donald Trump sabe de la efectividad que está teniendo en Europa el discurso ultra y lo está tropicalizando en su país. No dice nada nuevo. La ultraderecha siempre ha sido predecible en las campañas electorales. Exalta los problemas, al mismo tiempo que busca culpables de carne y hueso. No le da reflexión profunda y busca siempre la superficialidad de las estrategias de marketing, con una imagen y un discurso de frases cortas, estridente, para un destinatario abrumado por la crisis que no quiere pensar mucho. Dice lo que la gente quiere escuchar en un tiempo de descrédito de la política y, mire, no es exclusivo de la ultraderecha sino es una herramienta de comunicación política de la que todos echan mano en tiempos electorales.

Quizá, la única diferencia entre la ultraderecha y el resto del arco político, son las soluciones que propone en el filo de la navaja democrática. Es decir, aprovecha las libertades democráticas para dirigirse al hemisferio de las emociones y sentimientos. Agita ofreciendo soluciones inmediatas y tajo a problemas estructurales, y esto supone gasolina en un ambiente de irritación y polarización social. Prescinde sin más de las herramientas de la política democrática que son el diálogo, la negociación y el acuerdo político. Confronta y busca eliminar ipso facto al enemigo construido y al que fustiga en los platós de televisión. Al mismo tiempo cohesiona con ese discurso a los suyos en el nicho del dogma y el sometimiento acrítico. Nada que cuestione esa verdad mediática se puede discutir y ponerla en entredicho, so riesgo de ser acusado de cualquier cosa, incluso de ser un infiltrado del adversario.

Se erige entonces el liderazgo que personifica la solución. Y así, si Marine Le Pen culpa de la crisis a los magrebíes que llegan a Francia, el alemán Alexander Gauland, afirma que “la crisis de los refugiados ha sido un regalo para el partido”, Trump hace lo mismo y recupera el eje de la crítica conservadora norteamericana que va en contra de un segmento de migrantes: musulmanes y mexicanos.

Quizá por eso el profesor Noam Chomsky dice que Trump le recuerda a Adolfo Hitler en sus años de ascenso al poder. Cuando en una Alemania sacudida por las obligaciones de la primera posguerra y en medio de una gran pobreza y desabasto, llega ese discurso estridente de soluciones rápidas, que no quería saber de la profundidad de la crisis, sino encontrar culpables de la situación lamentable que vivían millones de alemanes. Y no fue difícil encontrarlos, señaló sin ninguna consideración y matiz a los judíos que vivían en su país de ser los culpables del estado de precariedad colectiva. Y luego fue contra otras minorías que no correspondían con el perfil de la raza germánica y en perspectiva pretendía la hegemonía aria. Afortunadamente no prospero el sueño de Hitler en su Mein Kampf (Mi lucha) pero se calcula que ese mensaje de confrontación costó la vida de 50 millones de personas.

Hoy, Estados Unidos de Norteamérica está saliendo lentamente de la crisis económica que acabó con millones empleos, sin embargo, dejó un sedimento de malestar por el riesgo de que vuelva a repetirse. Y es que el largo ciclo de la crisis económica volverá tarde que temprano a presentarse con igual o mayor dureza, por lo que muchos estadounidenses sienten que han perdido la tranquilidad y la esperanza de un empleo seguro, bien remunerado, acorde al american way of life, que les garantice el consumo como forma de realización personal, y ante esa amenaza no ven a las grandes corporaciones, sino a grupos sociales que se salen de su perfil anglosajón.

Y así muchos de ellos ven a los musulmanes como los que ponen en riesgo la estabilidad y la seguridad de su país, y a los mexicanos, como el peor vecino que pudieron haber tenido. Y esa matriz ideológica es una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento. Que de alguna manera está estallando en medio del proceso electoral por la Presidencia con el objetivo de ampliar las clientelas republicanas luego del éxito de Barack Obama, que abrazó desde el primer momento las causas de los derechos y la tolerancia.

El sustrato de ese discurso oportunista es la exclusión de quien no respeta los valores occidentales. Trump agita en los medios de comunicación expresiones como está: “El bloqueo completo y total a la entrada de musulmanes en EU”, sin considerar que esta comunidad es de las más liberales del Islam. Y a los mexicanos no nos va mejor cuando nos acusa sin matiz alguno: “México nos envía a la gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores”, y por eso ve como solución: “un muro en la frontera con México que nos ahorraría muchísimo dinero”. Que, según su dicho, además nos obligaría a pagarlo por completo.

Ese tipo de pronunciamientos caen en blandito en una franja de la población que mira con recelo la noble hiyab, la colorida shayla, y desconfían profundamente de la misteriosa burka y el nikab. No les parece nada bueno que la gente se cubra el rostro sin considerar razones religiosas y tradicionales. En tanto, de los mexicanos deploran el estereotipo construido en la media como flojos, tramposos, corruptos y violadores de la ley.

En esta visión maniquea de la realidad es más rentable electoralmente repartir culpas que elaborar diagnósticos y soluciones a los grandes problemas estadounidenses. Le está funcionando y continúa con sus consignas en todos los eventos de su partido, y derrota a los candidatos republicanos más liberales dando pasos a su posible nominación a la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, y esto ocurre frente a unos precandidatos demócratas que prácticamente no se ven por la bruma mediática generada por Trump, y cuidado, quien da el primer golpe pudiera dar el último y ganar.

En el caso de que Trump avance es de esperar que el discurso escale de intensidad y gane conciencia hasta en segmentos de votantes latinos, sin embargo, un discurso polarizante en una sociedad democrática, aún con todos los efectos sociales de la crisis, sabe o intuye a donde puede llevar alguien que busca segmentarla por prejuicios raciales y estereotipos.

En definitiva, así como la ultraderecha europea no termina por consolidarse, aún cuando ya gobierna en algunos países, las experiencias terribles del pasado son el mejor antídoto para su propagación.

Esperemos que en Estados Unidos se imponga la memoria por encima de los prejuicios que no deben llegar a la Casa Blanca.

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