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Tomás Calvillo Unna

02/06/2021 - 12:02 am

El desgarramiento: su dilema, su desafío

Esta época, la de la hipertecnología y demás adscripciones, (posverdad, posmodernidad, etc.), está siendo derrotada por la muerte, (ese Páramo que tarde o temprano habrá que recorrer).

Desgarramiento. Pintura Tomás Calvillo Unna

Esta época, la de la hipertecnología y demás adscripciones,
(posverdad, posmodernidad, etc.),
está siendo derrotada por la muerte,
(ese Páramo que tarde o temprano habrá que recorrer).
La pretensión de vencerla, de desaparecerla,
sólo ha fortalecido su poder inherente
en cada proceso cultural que busca apropiarse
de la representación de la presencia.

La virtualidad emplea la ilusión de una soltura inexistente
y una maleabilidad ficticia del tiempo y el espacio.
Hay un peligroso desliz de la existencia;
expresa una veleidad exacerbada
que amenaza el mismo ritmo de las cosas;
y desprecia los procesos innatos que nos constituyen como personas.
La simplificación de la imagen, su multiplicación aparente,
ese juego y laberinto de espejos, trituran por igual a la mente y el cuerpo.

Si ya corrían por carriles separados
ahora se enfrentan y confunden en la ficción.

Eslabones cuya similitud representa una veloz degradación ya imperceptible.
Personajes que aparecen y desaparecen,
se superponen, se modifican, se editan y falsean, se exageran y reducen;
el juego de un consumo sin mayor límite más que el agotamiento.

Las imágenes se apropian de algo
que comienza a dislocar nuestro caminar;
nos remplazan sin que sepamos donde se inició todo esto
y cuál será su desenlace. Y más grave aún,
estamos perdiendo la comprensión entre nosotros y el entorno:
la densa inercia electrónica es el hábitat que nos define.
Ya no es la mediación que multiplica y facilita quehaceres,
si no la invasión que impone, marca y absorbe,
decide los lugares y las horas: ya no está fuera, está dentro;
un caballo de Troya investido de la trágica curiosidad del poder.

¿Qué se gana y que se pierde en este espectáculo minucioso y continuo?;
realmente no lo sabemos,
ya no tenemos la distancia necesaria para observar
y darnos cuenta de lo que sucede.

Aturdimiento, desgarramiento, pueden ser dos vocablos
que alumbren la oscuridad de la tormenta,
una tormenta que se oculta en nosotros mismos;
un desgarramiento que nos despoja de toda certeza
y nos deja sin protección alguna, sin ancla, ni respaldo;
solos atenidos a nuestro propio umbral;
el único lugar donde realmente podemos elegir
si aún queremos indagar el espectro de la plenitud,
saber así, si esta atmósfera que habitamos
conserva aún sus indelebles huellas del origen
de ese aliento primario donde podemos reconocernos
e incluso reposar en su maravillosa gratuidad:
esa primigenia enseñanza olvidada y despreciada:
la generosidad consubstancial que hace posible
la visión donde inhalamos y exhalamos todavía.

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